

EDITORIAL
Más allá del espejo
Al margen del resultado electoral, en el mes de abril, el Ecuador acaba de definir la autoridad que ocupará la presidencia y el poder ejecutivo de nuestra nación durante los próximos cuatro años. Como es habitual, muchas personas preferirán creer que estas elecciones definirán de manera trascendental el nuevo rumbo y el futuro del país. ¿Qué proceso electoral de esta envergadura no representa algo definitorio?
Lo que debemos pensar es que en esta ocasión se han jugado dos tendencias políticas aparentemente distintas, una de las cuales los votantes han elegido (al margen del voto nulo y el blanco) para asumir su decisión. Previamente, la alternativa reflejaba la posibilidad del retorno de gobiernos anteriores, o la continuidad de un gobierno relativamente joven: ambos sumidos en una serie de controversias en su gestión, generando pasiones.
Se percibía un ambiente de incertidumbre y consecuente angustia, una marcada y tajante división en la mayoría de sectores. Un fenómeno ya instalado en nuestra sociedad desde hace más de una década: el "correismo” contra su opuesto, el “anti correismo". La cultura política de nuestro país no ha logrado salir de esta dicotomía que genera miopía y que nubla la posibilidad de lecturas e intervenciones más frescas y fructíferas para su funcionamiento. El voto ha sido una apuesta que debemos asumir con análisis y responsabilidad.
Quizás el giro que permita un progreso, se incline por el hecho de que todos los ciudadanos que conforman la nación, puedan romper con esta dicotomía especular, desde los mandatarios hasta el propio pueblo, que es el supuesto mandante. Por la vía de la ley y de la autoridad, ello habilitaría o permitiría la puesta en acto de una función tercera, que rompería con la lógica de los "unos y los otros", de los "buenos y los malos", saliendo de las pasiones. Esto es posible mediante la palabra, el intercambio, la producción, los acuerdos que trasciendan el narcisismo propio, el saber hacer mejor con la alteridad con la que nos confronta la vida política.
Más allá de las dicotomías, más allá del resultado, hay que seguir. No sostenidos en la fantasía imaginaria de que existe un “Uno” que lo resuelve todo (sin desconocer la responsabilidad y el poder que se le otorga), ni dejándose absorber por el miedo, por lo real con lo que la incertidumbre y lo impredecible nos confronta. Quizás sea más valioso amplificar la implicación subjetiva de cada ciudadano y ponerla en acto, desde la posición particular de cada quien. Y en cualquier contexto, tener una posición crítica y auto crítica, que trascienda las quejas y las pasiones.
El porvenir del Ecuador, el Ecuador por venir.
Gonzalo Rodríguez